Me mudé. Otros
aires, otras tierras. Volví a Villa Lia, el pueblito donde me crié hasta los 17
años.
He aquí, entonces, mis primeras
máximas sobre mi vida pueblerina:
1.- Si no sabés
qué número salió en la quiniela, no existís.
2.- Es mentira
que en un pueblo nunca pasa nada. Pasa de todo. Porque cualquier mínima cosa
que te pase, a vos, a tu vecino o al vecino de tu vecino es digna de ser
nombrada, opinada o recreada.
3.- En el campo
hay mucho bicho, más que en la ciudad.
4.- Sé muy
medido/a en tus palabras porque la persona que tenés al lado podría ser: hijo
de una compañera de inglés de tu papá, marido de la depiladora de tu difunta
abuela, padre de un compañerito de tu hijo de jardín, amante de la mujer del
comisario y tu psicólogo (todo al mismo tiempo).
5.- En el campo
hay mucha tierra, más que en la ciudad.
6.- Por más que
te vayas a vivir al campo, la cantidad de hijxs o su proporcional incidencia en
tu vida diaria no disminuye, al contrario, podría llegar a aumentar.
7.- El campo no
está hecho para trabajar, ya que el aire, el sol y el sonido de los pájaros no
te deja otra posibilidad que echarte una siesta.
8.- Para tener
tu propia huerta hace falta algo más que un pedazo de tierra.
9.- El grado de
paranoia acerca de la inseguridad es mucho menor en un pueblo e inversamente
proporcional a la cantidad de bicicletas, motos tiradas y niñxs jugando
en las aceras o en la vía pública.
10.- El
grado de autos, supermercados chinos, restaurantes, militantes, semáforos,
supermercados en general, cines, teatros, malabaristas en semáforos, maxi
kioscos, embotellamientos y gente (entre otras cosas) es mucho menor en un
pueblo que en una ciudad.
Fin, por ahora.